Conversando una siesta de domingo en que el sol nos obligó a mantenernos a la sombra, mi padre y yo empezamos a hablar acerca de sus vivencias durante la dictadura stronista.
Durante años lo escuché contar sus historias, de toda la odisea que tenían que pasar para salir a la calle con el peligro a cuestas, se ser integrante de una familia liberal. Durante años mis tíos comentaban todo lo que les tocó vivir y aún se puede ver ese espíritu rebelde en sus ojos, cansados ya por el tiempo que no se detiene y hace estragos en la piel.
Hoy ya no son aquellos jóvenes que fueron ayer, pero rejuvenecen al traer esos recuerdos para narrarlos… tal vez dando la importancia a aquella nefasta historia, tratando de no dejar que se apague en nosotros los jóvenes la llama del patriotismo y el repudio hacia la injusticia cometida en aquellos tiempos y que aun se contemplan en los rostros de nuestra autoridades del senado, que son nada más y nada menos los participes protagónicos de aquel régimen que ensombreció a nuestro país durante más de 30 años.
Siempre me gustó escucharlo, y algo sé de la etapa de su vida en que fue un joven socialista que luchó a favor de los campesinos de Caaguazú al igual que el resto de sus hermanos. “Si tu patrón tiene varios personales, y no les da la atención que se merecen, ellos buscarán sublevarse” – Me decía. Quizá eso explique su postura y la postura de muchos compatriotas que lucharon contra el gobierno del tiranosaurio y que murieron incluso por nuestro país.
También algo sé de la etapa en que ingresó al seminario para ser religioso. Esa etapa no impidió que siguiera con esa lucha común que buscaban los partidos de izquierda. Al contrario, el Concilio Vaticano de Medellín de 1968 tuvo como objetivo, que los sacerdotes tendrían que ser partícipes del vivir cotidiano de sus fieles para poder entenderlos y evangelizarlos en un modo más flexible. No era raro ver, después de esa resolución, a Sacerdotes carpiendo con los campesinos, total, la mayoría de los religiosos, tenían su origen en el campo.
Y tampoco era raro ver a un sacerdote, junto con los más humildes, participando en reuniones prohibidas por el gobierno, ya que Alfredo Stroessner veía un potencial enemigo en los campesinos.
Muchas veces las homilías, tenía mensajes súper fuertes, subliminales o directos que buscaban el despertar la mentalidad de liberación de los más oprimidos, como lo eran la gente del campo, núcleo de los movimientos de izquierda de aquellos tiempos.
Por lo que las prácticas religiosas eran motivo de alerta para las autoridades. Siempre entre los fieles había un “Pyragué” o espía que filtraba toda información al gobierno.
Pero nadie los detuvo, pues las reuniones las hacían furtivamente en los montes, iban en parejas, para no levantar sospechas, pues se había ordenado que no podían hacerse reuniones de ningún tipo, sea cumpleaños, sea una reunión familiar, sea lo que sea, todo tenía que ser controlado, a no ser que sea simpatizante del Stronismo. Lo cierto y concreto es que no podían estar mas de dos personas reunidas bajo ninguna circunstancia.
Mi padre fue un postulado franciscano de la Congregación de Pastoreo, una localidad poco distante de la ciudad de Caaguazú. Debido a su buena oratoria y carisma, lo enviaron a un retiro religioso abierto a una localidad de la cuidad de Caaguazú, para que presida una serie de charlas pastorales.
Se encontró con la noticia de que se había saboteado un plan de protesta campesina, que buscaba llegar a Asunción, para hacerle saber al gobierno sus inquietudes y desagrado hacia la gestión de las autoridades. Un Pyragué informó a los militares el plan, lo cual ocasionó que los buses que llevaban a los campesinos fueran revisados. Cientos de campesinos fueron presos ese día, secuestrados y llevados a campos de exterminio.
Eso hizo que cunda el pánico en los habitantes de los alrededores, y llegado el día establecido para los retiros hubo una ausencia masiva. Mi padre cuenta que los esperó hasta cierta hora, hasta que decidió preguntar a un lugareño, este le cuenta lo sucedido, agregando que el comisario de compañía prohibió la asistencia a ese retiro espiritual, amenazando con encarcelar a los que pisasen el suelo de la sede de las jornadas. El miedo se sentía en el aire.
Era el sentimiento común en ese momento.
Mi padre, no acepto esa orden y fue a encarar al comisario de compañía. “En ese momento no sentí ningún temor, sólo ahora me doy cuenta de que estuve en la boca del lobo” - me decía, mientras continuaba su relato.
Llegado a la casa del caudillo, esperó un momento a que los personales lo buscaran.
Por detrás de la casa salió una imponente figura masculina, que con solo verla inundaba el ambiente de cierto temor. Vestido con un sombrero pirí con cinta roja, pañoleta colorada, camisa del mismo color. Por la cintura llevaba su machetillo y revólver calibre 38.
Lo había recibido con un gesto tan tranquilo que no parecía ni agrado ni molestia, conversó con mi padre en tono pasivo, pero siempre con aire autoritario.
Ese tono tranquilo subió los decibeles de la conversación cuando mi padre le comunicó que no venía a pedirle permiso, que se haría si o si aquella jornada espiritual de 3 días. No gustó mucho al comisario de compañía esa forma de encarar tan serena pero firme, jamás se hubiese imaginado que un religioso no cedería ante su prepotencia verbal.
No tuvo de otra más que escuchar al seminarista.
-Es muy grande su autoridad puesta por Dios, no por los hombres. Su deber es de servir a su pueblo, y no de perseguirlo- le dijo, obteniendo solo un breve silencio como respuesta.
Luego mi padre se retiró, no sin antes invitarlo a que se acerque a participar del retiro, ya que como de todas formas estaría allí para controlar las actividades como autoridad designada del lugar.
El caudillo no contestó nada, ni una palabra salió de sus labios, temblorosos aún por el nerviosismo.
De regreso, mi padre fue casa por casa a invitar nuevamente a los fieles al retiro espiritual, informando que ya habló con el comisario de compañía y que este no tuvo ningún problema, que el mismo se ofreció a supervisar todo.
Para la tarde, en la hora en que el retiro debía de empezar, la gente había llenado el predio de la capilla. Las actividades comenzaron con total tranquilidad, el Caudillo estaba mirando desde una distancia prudencial, escuchando palabra por palabra de los disertantes.
El primer día terminó con normalidad.
Al día siguiente, volvieron a empezar tranquilamente. El comisario de compañía seguía en el mismo lugar del día anterior, observando como de costumbre, pero participando de vez en cuando de alguna actividad, a veces se daba cuenta de que estaba olvidando del porqué estaba en ese lugar y volvía a observar con ojos de Halcón sobre la masiva concurrencia.
Al tercer día ya no volvió a su puesto de vigía, sino estaba entre la multitud, participando de todas la actividades, entonces mi padre tenía en sus manos el micrófono y lo invitó a que no tenga vergüenza de participar, e instó a los fieles a recibirlo cómo un hermano más.
La interacción fue mutua, muchos se guardaron ese miedo que imponía su sola presencia, y se fraternizaron con aquel temido personaje que actuaba de autoridad en la zona.
Mi padre una vez más se llenó de valor, y en su homilía tocó el tema de la situación del país, de los que persiguen a los más inocentes, de la injusticia hacia los más humildes.
Esta vez, sin problemas se hubiese ganado un balazo en la cabeza, o si tenía suerte, solo sería torturado por unos días.
Sin embargo, otra fue la reacción del Caudillo colorado.
La gente se impresionó al ver a aquel implacable hombre de Stroessner llorando. A algunos quizá les costó entender. Lo cierto y concreto es que aquel temido comisario de compañía empezó a contar que como Saulo de Tarso, que más tarde sería conocido como Pablo; el también había perseguido a inocentes, que tal vez tendría más pecados que aquel personaje bíblico en los tiempos que perseguía a judíos y cristianos.
Terminado el retiro, el que vino sólo para supervisar el retiro para evitar que se toquen temas prohibidos, salió siendo el hombre más feliz del mundo, ya que se dio cuenta de que por muchos años estuvo siguiendo a un Líder político malvado y sin corazón, pero de hacía unas horas atrás conoció a un hombre que quizá habría visto representado en alguna imagen, clavado en una cruz, de aspecto andrajoso. Ese era el hombre que había dado su vida por él, ese es el hombre al que debía de seguir.
Fue un cambio brusco, pero fue el acertado. Renunció a toda su autoridad de caudillo… perdió quizás el respeto de aquellos que antes lo temían, pero se ganó el corazón de la gente.
Entregó su cargo a las autoridades y se dedicó a la vida cristiana con su familia.
Hasta hace poco fue un catequista respetado y admirado por muchos, querido por la gente que alguna vez estuvo a su cargo, perdonando todas las malas obras de su pasado.
Este hombre no llegará a ser santo reconocido por el vaticano, pero Saulo de Tarso lo fue, mas adelante fue conocido por Pablo, Apóstol del cristianismo, el que contribuyó a que esta religión fuese universal. Dudo mucho que lo eleven al altar, pero hay muchos santos anónimos los cuales no son reconocidos por casi nadie. Muchas veces es mejor estar en el anonimato, pues la recompensa de sus actos no lo encontrará en la tierra, lo encontrará en las manos de Dios .